González Flores es Maestra en Historia Internacional del CIDE
Durante la última década, se ha estrenado una cantidad importante de trabajos cinematográficos documentales y de ficción alrededor de la guerra en Siria. Tanto propuestas de bajo presupuesto como grandes producciones de circulación internacional, cada una representa una de las múltiples lecturas de este conflicto. For Sama es una de ellas. Se trata de un documental dirigido, producido y protagonizado por la joven periodista siria Waad al-Kataeb, quien narra a su hija los años que vivió en Alepo, desde las primeras movilizaciones civiles en el año 2011, cuando era estudiante de economía, hasta el estallido de la guerra y su propio exilio en compañía de su familia, en el año 2017.
La historia, estrenada en 2019, se articula como un relato personal e íntimo, puesto que la mirada de al-Kataeb se centra en su entorno inmediato, sus amigos, su pareja y su hija, y en la manera en que se desarrollan sus vidas en el contexto de la guerra. Los primeros registros que hace Waad al-Kataeb son los de las movilizaciones que congregaron a los estudiantes opositores a Bashar al-Assad en la Universidad de Alepo, y de las que ella misma formó parte. Después, aparece su participación mucho más activa con un grupo opositor organizado a través de la reconstrucción de un hospital en la parte este de Alepo, zona controlada por milicias contrarias a al-Assad, y la cotidianidad que viven bajo el asedio militar y el estado de sitio.
Al-Kataeb recurre al uso de imágenes estremecedoras: niños y adultos heridos, edificios bombardeados y rescatistas tratando de salvar a personas atrapadas, el sonido constante de los misiles y las explosiones, familias destruidas y madres desesperadas llorando a sus hijos. Y, en medio de la tragedia, los intentos por sobrevivir: niños que también sonríen y juegan y aprenden a distinguir el sonido de los artefactos bélicos, noches a obscuras en los improvisados refugios para evadir las bombas, la esperanza que da la celebración de una boda y la llegada de una hija, Sama.
Como espectadores, resulta casi imposible no participar de la arquitectura emocional construida por el relato de al-Kataeb. Sin embargo, hay elementos importantes que no se deben soslayar si nuestra intención es hacer una lectura más profunda. En primer lugar, sabemos que la narración no es una reproducción exacta de los acontecimientos, sino, fundamentalmente, un recurso que produce sentido y significaciones. De ahí que For Sama involucra no sólo la subjetividad de su autora, sino también diversas intenciones políticas e ideológicas. En el nivel más sencillo, como su misma protagonista afirma, el documental pretende mostrar una lucha que el régimen gobernante intentaba borrar.
Desde el inicio de las protestas y durante la guerra, en el discurso oficial se minimizaron las movilizaciones utilizando diversas estrategias mediáticas: se impidió el ingreso de periodistas internacionales, mientras que los medios afines al gobierno, como la cadena Addounia TV, no dieron cobertura a las manifestaciones, y cuando lo hicieron, fueron señaladas como actividades encabezadas por delincuentes, terroristas o grupos desestabilizadores extranjeros. Ante ello, muchos optaron por el uso de los teléfonos celulares como un medio para informar lo que sucedía.
La transmisión de video a través de smartphones y cámaras no profesionales contradijo la narrativa de los medios oficiales. En oposición al uso generalizado de la palabra “evento” que se hacía en los espacios televisivos locales, los jóvenes emplearon el término “Revolución”, dando un sentido completamente distinto a lo que ocurría. Esto se puede ver claramente en For Sama, donde también se reivindica la existencia de la Revolución y se habla abiertamente de una dictadura. Las palabras importaron tanto como las imágenes: mientras en redes sociales circulaban escenas de hospitales bombardeados, el régimen transmitía escenas de barrios en absoluta tranquilidad.
En tal sentido, Donatella Della Ratta, especialista en estudios de medios en el mundo arabo-parlante, señala la centralidad que adquirieron las imágenes en el conflicto en Shooting a Revolution. Visual Media and Warfare in Syria. No se trataba de realizadores experimentados, sino de personas que deseaban ser vistas y escuchadas por el mundo y evidenciar lo que los medios oficiales callaban. Estaban escribiendo una historia propia nombrándose y mostrándose a sí mismos. Los documentalistas amateurs eran los narradores, las víctimas y los héroes de sus propias historias.
El movimiento accidentado de las cámaras, las personas y acontecimientos constantemente fuera de foco, esa “aparente poca habilidad” en su manejo, que se advierte claramente en For Sama, abona también al proceso de construcción y conexión emocional con el espectador. Al respecto, el antropólogo Stefan Tarnowski advierte que tal “sensación de proximidad emocional, podía distraer la atención de las excepcionales condiciones materiales en las que se generó la imagen y desviar la atención de las luchas de poder que oculta y de la que es un resultado”.
El segundo elemento relevante que quiero mencionar es el que tiene que ver con los cuestionamientos éticos sobre este tipo de trabajos. Las imágenes explícitas de niños heridos y ciudades en ruinas se convirtieron, dada la inmediatez de la transmisión satelital y digital, en consumo cotidiano de redes sociales y agencias internacionales ávidas de recibir y presentar este tipo de materiales; es decir, en una hiper-comercialización de la tragedia, que lleva necesariamente a preguntarse si existe una frontera clara entre el testimonio y el espectáculo. En el cine hubo una clara explotación de tales imágenes; prueba de ello son trabajos como For Sama y Last Men in Alepo, ambos documentales con una excepcional circulación en festivales internacionales y con nominaciones a los premios Oscar.
Sobre esta cuestión, en octubre de 2019, un grupo de 88 realizadores sirios emitieron una declaración denunciando el creciente uso de edificios y barrios destruidos como escenario de películas, ignorando los crudos recuerdos de cada lugar y las historias de vida de sus habitantes y en contundente oposición a lo que llaman “saqueo cinematográfico” de sus pueblos y ciudades y a la normalización cultural vergonzosa de los delitos que se han cometido en ellas. En este sentido, For Sama nos lleva a reflexionar sobre temas fundamentales del quehacer del historiador, la práctica cinematográfica como una narrativa productora de sentido y de discursos y, volviendo a Tarnowski, la “ética de la producción, la circulación y el acceso”. El cine es una poderosa herramienta en la construcción de nuestras memorias, personales y colectivas, pero For Sama nos recuerda que esa edificación siempre estará mediada por innumerables subjetividades y contextos.