abril 8, 2019

Perspectivas

De la Marcha al Mar al Tren Maya: 65 años de buenas intenciones



Imagen satelital de la Península de Yucatán, NASA, 2005, dominio público.

En febrero de 2019, Rogelio Jiménez Pons, titular de FONATUR, mencionaba que el Tren Maya podría atraer hasta 3 millones de turistas anualmente en un plazo de 10 años. Este proyecto turístico, insignia del presidente López Obrador, busca llevar el desarrollo y así incorporar la gente local al trabajo (“Tren Maya: el beneficio social compensa el impacto ambiental, justifica FONATUR”. Animal político, 05-02-2019. Esta concepción del turismo, como una manera idónea de hacer llegar el desarrollo y el crecimiento económico a zonas marginalizadas, no es nueva. Estuvo bien presente en los planes de gobierno de la segunda mitad del siglo XX; fue vista como una herramienta potente del nacionalismo mexicano, de la promoción de la cultura mexicana y del despegue económico de zonas anteriormente poco dinámicas.

El desarrollo turístico moderno de México se consolida a partir de la administración de Miguel Alemán Váldes (1946-1952), cuando Acapulco se vuelve el foco de la inversión turística. Después de la Segunda Guerra Mundial, el turismo y el Programa Bracero cuadran en una lógica similar para las autoridades mexicanas: el dinamismo de las exportaciones mexicanas disminuyó y se había vuelto imperativo asegurar fuentes estables de divisas extranjeras para restablecer la balanza comercial. El turismo y las remesas, ingresos llamados “invisibles” en las estadísticas económicas de la época, se vuelven entonces cruciales para la economía mexicana en pleno despegue industrial. La realización de los grandes proyectos de infraestructura turística de la posguerra es comúnmente asociada a las ideas de grandeza y a los gastos lujosos del gobierno de Alemán. Sin embargo, el interés por el desarrollo turístico, en sus distintas facetas, no es exclusivo de esta administración.

Durante el primer año de la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines, del cual el lema de campaña electoral fue “austeridad y trabajo”, el tema del turismo norteamericano se puede observar con regularidad en las páginas de los periódicos capitalinos. La popularidad de este tema en la prensa no es ninguna coincidencia: el 1º de septiembre de 1953, en el informe presidencial, Ruiz Cortines dedica especial atención al tema del desarrollo turístico. La discusión sobre el turismo es unida, en este discurso, con la problemática cuestión de la emigración mexicana a Estados Unidos, considerada en este momento como el “problema de los braceros”. Al iniciar su mandato en diciembre de 1952, Adolfo Ruiz Cortines se encontró con una doble problemática: una recesión económica caracterizada por un encarecimiento de la vida y un desempleo significativo, y una próxima renegociación del convenio de trabajadores agrícolas mexicanos a Estados Unidos. Frente a una ronda de negociaciones que se anunciaba tensa y a una situación económica complicada, el nuevo presidente debía encontrar una solución para limitar el flujo braceril, y así evitar una emigración descontrolada (y no regulada) hacia el norte.

En aquel momento, Ruiz Cortines considera al turismo como una alternativa para dinamizar la economía, crear empleos, captar divisas necesarias para mantener la estabilidad monetaria del país y desarrollar las regiones deprimidas.  El desarrollo turístico se inserta entonces en el gran proyecto de su sexenio, “La Marcha al Mar”, lo cual consiste en desarrollar las costas y las instalaciones portuarias para dinamizar la economía y redistribuir los excedentes demográfico, para así frenar el éxodo braceril. Los resultados de este gran plan de desarrollo costero, encargado a la Secretaría de la Marina, no parecen haber sido a la altura de las expectativas. El desarrollo turístico de Puerto Vallarta tardará unos años más y los esfuerzos para desarrollar las costas despobladas no fueron suficientes para relocalizar las poblaciones del Centro del país ni para frenar la emigración hacia Estados Unidos.

A partir de la década de 1970, el carácter económico del turismo y su potencial para generar riquezas vuelve a aparecer en la agenda de los gobiernos mexicanos. Con la crisis económica de 1973, y en un momento de aceleración de la emigración indocumentada de los mexicanos a Estados Unidos, el turismo adquiere una importancia renovada por su potencial de captación de divisas y de creación de empleos en áreas marginalizadas. Así es como empieza el fomento de los centros integralmente planeados; estos centros recreativos reproducen las comodidades de los países de procedencia de los turistas y no dejan mucho espacio para los intercambios culturales: “La solución de aislar a los turistas extranjeros en ‘ghetos turísticos’ […] ocasionó no solamente una ausencia de comunicación, y por lo tanto de comprensión, pero hay también casos de turistas que han visitado algún lugar sin realmente saber a dónde han viajado” (Jiménez, Turismo, p. 94). Lo que se promovió fue un turismo de playa, cómodo y que solamente enseñaría los aspectos culturales deseados y más atractivos de México. La creación de Cancún se inserta en esta lógica y procura un polo de desarrollo muy atractivo desde su inauguración en 1974.

Cancún es el ejemplo perfecto del enorme éxito de esta política de creación de empleo y de fomento a las actividades económicas relacionadas con la industria turística. Concebida durante el famoso desarrollo compartido del presidente Echeverría, este oasis en una región poco poblada y alejada de la república atrae hoy en día a más de 20 millones de turistas anualmente. Sin embargo, las críticas a este tipo de complejos turísticos en perpetua expansión son muchas. Desde la década de 1980, Mérida, capital del estado vecino, conoció una disminución del turismo provocada por la fuerza de atracción del nuevo polo turístico de la península; atraer a los turistas de Cancún hacia la capital yucateca y otras zonas del estado sigue siendo un reto hasta la fecha. Por otro lado, el polo de atracción no solamente atrajo a la clientela turística hacia la costa caribeña de México, sino que también fascinó a las comunidades cercanas y a varios trabajadores provenientes de distintas regiones de la república. Comunidades que nunca habían migrado anteriormente dieron el primer salto en esta dinámica migratoria que, finalmente, se transformó en una consolidación de la migración yucateca hacia Cancún, primero, y luego a California. Finalmente, la mise en scènede lo maya, sin necesariamente recurrir ni a la participación de los productores, campesinos y comunidades locales, terminó provocando una distinción entre quienes contribuyen a la economía de Cancún y la  Riviera Maya en condición de trabajadores asalariados y los que contribuyen en condición de turistas: “De un lado de la carretera que cruza la península de norte a sur, los hoteles; del otro, los asentamientos irregulares en los que obreras y obreros viven en condiciones de marginación. Esta separación física, simbólica e infraestructural caracteriza el desarrollo urbano actual, al menos en este tramo de la ruta del futuro Tren Maya”(Alejandro De Coss, “El Tren Maya: la promesa imposible de una urbanización ideal”, Nexos, 12-02-2019).

A partir de las crisis económicas que se han sucedido y con las reformas económicas neoliberales implementadas desde las décadas de 1980 y 1990, el papel económico del turismo se consolidó. Todos los gobiernos mexicanos de fin del siglo XX han apoyado la creación y consolidación de los centros integralmente planeados, fomentaron la participación de la iniciativa privada y, con el afán de presentar una vertiente más democrática, agregaron algunos procesos de consulta popular destinados a impulsar proyectos de turismo local. La industria sin chimenea se diversificó y su promoción se intensificó. A partir de la década de 1990, algunos proyectos basados en la revalorización de las culturas indígenas, como el difunto Mundo Maya, han intentado atraer al turismo internacional que aterriza a Cancún. Sin embargo, la capacidad de atracción de las ciudades yucatecas no es suficientemente fuerte como para generar una redistribución significativa del flujo turístico.

El Tren Maya se inscribe en una larga tradición de proyectos de creación de riquezas y de empleos en zonas marginalizadas del país. Algunos, como la Marcha al Mar, fracasaron antes de nacer. Cancún y otros centros integralmente planeados crecieron de manera exponencial, generando corrientes migratorias procedentes de regiones que no habían participado de manera significativa a la migración interna o internacional. La creación de nuevos polos de desarrollo económico ha respondido históricamente a la voluntad de llevar beneficios socioeconómicos a poblaciones marginalizadas o llevar poblaciones precarias a nuevas zonas con potencial de desarrollo.