Porter es candidato al doctorado en historia, becario del COMEXUS Fulbright-García Robles, 2019-2020 y Mellon-Cluster Fellow: Latin American & Caribbean Studies
“…los copreros de los dos [ejidos] se han unido para exigir mejoras en el precio, porque sabemos que la planta aceitera era una reguladora del precio para que los acaparadores no sean los beneficiados,”
Justino Guinto Silva de la Costa Grande de Guerrero.[1]
La ecología política es el estudio de los vínculos entre factores sociales, económicos, políticos, y ambientales. En México, el Archivo General Agrario (AGA) proporciona unas fuentes inigualables para investigar este tema.
Históricamente, los estudios de economía política mexicana no son abordados desde un enfoque regional en México; pero durante las últimas décadas se presencia un aumento de movimientos sociales alrededor de asuntos ambientales. Por este motivo, los investigadores han expandido el campo de su análisis para incluir los elementos más relevantes de las economías políticas regionales.
La costa de Guerrero es una región importante en este sentido, porque en este estado el estudio de ecología políticas se vínculo con las historias de movimientos sociales, de la violencia política, y de los cambios ambientales. La historia de los copreros es emblemática de esta simbiosis; pues antes de que Guerrero se hiciera famoso por la producción de dos semillas oleaginosas ilegales—amapola y marihuana—fue el mayor productor de dos semillas oleaginosas legales: ajonjolí y coco.
Hoy las costas de Guerrero siguen siendo el mayor productor de coco del país, aunque a expensas de muchos copreros. Las comunidades copreras continúan luchando por recursos y apoyo hoy como lo hicieron en las décadas de 1940, 1950 y 1960. En este texto, empleo fuentes de AGA para resaltar cómo la expansión del coco trajo una serie de problemas a las costas guerrerenses, cuyas secuelas se continúan resintiendo hasta la actualidad.[2]
En una generación, la costa de Guerrero pasó de ser uno de los principales productores de algodón al mayor productor de copra. Entre 1925 y 1939, ejidatarios guerrerenses cultivaron un promedio de 6,250 hectáreas de cocoteros, es decir la mitad de la superficie nacional. Ejidatarios de los municipios de Atoyac de Álvarez y San Marcos en ambas costas, Grande y Chica, produjeron gran parte de la copra en plantaciones adyacentes pero fuera de sus tierras ejidales.
En los documentos del AGA, se describen los ejidos de la costa como “enclavados” por plantaciones, haciendas, y otros ejidos. Por ejemplo, a los campesinos de Cacalutla en Atoyac de Álvarez se les otorgaron 117 palmas de coco en 1930, pero trabajaban en plantaciones de pequeñas propiedades cercanas de 228, 500 y 758 cocoteros.[3] Todo el año se sembraban los cocoteros, seco y verde. Los que no viajaban a estas plantaciones trabajaban sus propios campos de maíz y ajonjolí o en las grandes huertas de las haciendas. Se ocupaban las mejores tierras. Las orillas de ríos y las laderas de las lagunas fueron ocupadas sólo por palmeras, mientras los ejidatarios tenían que transformar tierras bajas como, temporales y el agostadero. Para la década de 1950, los ejidatarios en tierras enclavadas como Cacalutla lograron cultivar más de 30,000 palmeras aunque no sin sudor, sangre y lágrimas.
Al principio había sudor. Como toda labor agrícola, la vida coprera no fue fácil, pero en muchos sentidos el cocotero proporcionó al ejido de cierta autonomía. A principios del siglo XVII, los españoles habían sembrado la palma a lo largo de los ríos Balsas, Tecpan y Atoyac, por lo que pero en la época posrevolucionaria, cada río, arroyo, y laguna de la costa estuvo bordeado de palmeras.[4] La cantidad de palmeras aumentaría hasta los años 1950, cuando el cocotero era donado al ejidatario y a la industria. A diferencia del algodón y especialmente del ajonjolí, el mantenimiento del cocotero no resultada tan laborioso. Las plántulas requerían mayor atención, y las palmillas un poco menos, pero una vez que el árbol da su fruto, la relación entre el coprero y la palma se limitaba a la de cosechar. Incluso antes de la necesidad de cocos de la calidad más alta, el coprero podría esperar para recoger los cocos una vez que se hubieran caído.
A lo largo del trópico global, los agricultores locales producían la mayoría de copra antes de 1950.[5] En las costas secas-húmedas como las de Guerrero, los productores podían secar los cocos sin la ayuda de secadores, lo que les garantizaba mayor control del proceso. Además, antes de que la expansión tendiera al monocultivo, los ejidatarios sembraron más “catch-crops” como maíz y ajonjolí, para apoyar sus ingresos.
Después de cosechar maíz y ajonjolí en octubre y noviembre, respectivamente, los agricultores esperaban hasta mayo para recoger y preparar la copra seca antes de que cayeran las primeras lluvias. Los ejidatarios usaban este tiempo para crear otros productos de coco como el vinagre, el aguardiente, y la madera. A medida que la industria aceitera creciera y los ejidatarios ganaron más tierras para palmeras, pero, también perdieron autonomía y seguridad en la región.[6]
Después del sudor vino la sangre. Más que factores económicos o ecológicos, los documentos en el AGA destacan la violencia agraria que acompañaba y socavaba la expansión de copra. La extensión coprera estuvo ínfimamente ligada a la reforma agraria y proporcionó a los ejidatarios tierras expropiadas que crearon problemas entre ejidatarios y otros agricultores como pequeñas propietarios, hacendados y rancheros. En el caso del ejido de Cacalutla, por ejemplo, la familia Cortés encabezó una guardia blanca o cuadrilla para aterrorizar a la comunidad de forma enérgica.
El ejido del gran líder agrarista, Feliciano Radilla, logró derrotar al grupo armado de Cortés; pero, había otros grupos en la costa de Guerrero. Las familias de los Luna, Torreblanca, y Ventura, destacados integrantes de la burguesía rural, buscaron “proteger” sus intereses, atacando y asesinando a cientos de campesinos a lo largo de la Costa Grande y la Costa Chica.[7]
En este contexto de creciente inseguridad aunado a la expansión de la cultivación de copra, los funcionarios estatales en Guerrero comenzaron a combatir el cultivo de marihuana.[8] Al igual que en el caso de los copreros de Guerrero, también en los paisajes, guardias blancas de las haciendas y ranchos de los campos de cultivo de oleaginosos en Michoacán y Sinaloa controlaban la producción de ajonjolí y algodón mediante las amenazas y la fuerza.[9] En consecuencia, la violencia contra agraristas incidió en cómo los campesinos se movilizaron para conformar uniones y otras entidades políticas para asegurar su defensa.
Finalmente, llegaron las lágrimas. La economía y la ecología también sufrieron a raíz de la competición entre los copreros en los años 1950. Este hecho alentó el proceso de sindicalización de los campesinos en la Unión Regional de Productores de Copra (URPC). La industria coprera mexicana crecía a la par que otras en el mundo, lo que traía competición de otros países productores de coco como Filipinas y Honduras.
Otra cosa que impactó los precios de materia prima fue el desarrollo de detergentes, o jabones sintéticos. Este problema derivaba de las políticas económicas gubernamentales, pues el gobierno federal apoyó la importación de copra extranjera a expensas de los copreros nacionales. Los tres presidentes de la década de 1950 visitaron la costa para expresar su apoyo a los copreros, pero en realidad, les preocupaban mantener los bajos precios del productos más que proteger los ingresos de los productores.[10] La URPC intentaba enfrentar esta situación, pero sus gestiones fueron breves e inconsecuentes.
Para principios de 1950, los copreros habían perdido más de 80 millones de pesos; y, en 1959, a pesar de que la industria fue la primera institución agraria que exportaba productos directamente sin intermediarios, no lograron superar la crisis. Se enviaban toneladas de copra desde Acapulco a Venezuela, Colombia, Argentina, Panamá, y los Estados Unidos en 1963, pero la caída de precios y de la competencia provenientes de la importación, devastaron a los productores en 1960, 1961 y 1965.[11]
Además de la crisis de precios, los copreros también enfrentaba el problema recurrentes de las plagas, pues la extensión del monocultivo dejó las palmas más vulnerable a las pestes, hongos y enfermedades de plantas. Antes de la industrialización, las pestes habían sido un problema grave, pero, en aquel entonces, los campesinos podían mezclar sus propios insecticidas.[12] Sin embargo, la expansión de la palma disminuía la fertilidad de los suelos. Los “catch-crops” de maíz y ajonjolí, que alguna vez ayudaron a rejuvenecer el suelo, fueron reemplazados por palmeras que drenaban más nutrientes. Al mismo tiempo que los ejidatarios tenían menos ingresos suplementarios, requerían más dinero para la maquinaria agrícola, fertilizantes y pesticidas. Como el acceso a estos productos fueron vendidos por la UPRC, varios líderes de la UPRC ganó mucho control sobre las vidas de los copreros.
En la década de 1960, un terrible hongo llamado “fungosis,” atacó a de las palmas guerrerenses, así como a la copra mexicana y extranjera; tan sólo en 1964, el hongo infectó 4.8 millones de los 8 millones palmeras en Guerrero. La Unión solicitó agroquímicos al gobierno desde un principio, pero sus demandas fueron atendidas ya muy tarde. Los líderes del sindicato lucharon para hacer entender a las autoridades la urgencia de la situación, mientras miles de copreros perdían todo. Tres años más tarde el hongo regresó, y más de 12 mil familias tuvieron que dejar que sus plantíos de cocos se pudrieran.[13] Aunque la industria aceitera sobrevivió a este aumento de plagas, así como a la disminución de precios, para muchos agricultores individuales las décadas de 1950 y 1960 fueron muy difíciles porque la industria les ofrecía muy pocas protecciones.
La crisis que da testimonio las fuentes de AGA se hizo sentir en Acapulco en el verano de 1967 cuando una marcha de copreros que protestaban por apoyo se convirtió en un masacre. Al final, pistoleros asesinados entre 20 y 40 copreros con cientos más de heridos. La masacre fue un momento excepcional de violencia, pero la violencia cotidiana toma muchas formas, económica, ecológica, y agraria por nombrar algunas. En el contexto de creciente malestar social en las costas guerrerenses entre 1967 y 1974, el gobierno federal invirtió aún más en la industrialización de copra; y otra vez en los 1980; y, de nuevo en los 1990. Desafortunadamente, mucha de esa modernización de copra continúa hoy en formas precarios y controvertidas que llevan a muchos copreros a migrar o cultivar otras oleaginosas.
[1] Alberto Solís Loeza, “Insostenible la situación de crisis de los copreros de la Costa Grande,” Última Hora de Guerrero, 22 de marzo de 2018.
[2] Para suplementar mis fuentes del Archivo General Agrario (AGA), esta publicación además usa recursos de los Recortes Económicos de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada (RE).
[3] Memorandum de Cacaluta, 26 y 28 de diciembre de 1929, AGA, Cacalutla, Leg. 2. ff. 99-101.
[4] Zizumbo D. Villareal, et al., “Coconut Varieties in Mexico,” Economic Botany, 47, 1 (Jan-Mar., 1993), 67.
[5] Moore, “The Coconut Palm—Mankind’s Greatest Provider in the Tropics,” pp. 119-120.
[6] Algunos legajos en el Archivo General Agrario muestran la cantidad de los otros cultivos que produce por cada ejidatario. En Copala por ejemplo, en la Costa Chica, algunos ejidatarios cultivaron ajonjolí, algodón, y palmeras, AGA, Copala, Leg. 1, ff. 151.
[7] Carta al Presidente Miguel Alemán del Presidente Prov. Comite Agrario, 5 de mayo de 1948, AGA, Copala, Leg. 1, ff. 142-143; Paul Gillingham, Unrevolutionary Mexico: The Birth of a Strange Dictatorship (2020), 123.
[8] “Procuraduría,” Periódico Oficial de Guerrero, 11 de marzo de 1942, p. 3.
[9] Como los terrenos alrededor de Mazatlán se volvieron una zona importante de ajonjolí, las guardias blancas encabezado por pistoleros asesinaron innumerables agraristas. En el año sangriento de 1942, la revista Tiempo reportó que 800 ejidatarios fueron asesinado por guardias blancas y pistoleros como Rodolfo Valdes, conocido como El Gitano. Según el historiador, Benjamin Smith, El Gitano y otros pistoleros se volvieron sicarios para los narcotraficantes anteriores. “Mas de 800 ejidatarios han sido abatidos violentamente,” El Tiempo, 11 de septiembre de 1944, 13.
[10] Presidente Miguel Alemán a Unión de Productores de Copra del Estado de Guerrero, Excélsior, 29 de diciembre de 1951; Presidente Adolfo Ruiz Cortines, “ Mensaje de los Copreros,” Novedades, 23 de marzo de 1954; Presidente Adolfo Ruiz Cortines, “No existe faltante real de grasas en el país,” Excélsior, 3 de abril de 1957.
[11] “El Problema de la Importación de copra, la industria y los consumidores de jabón,” El Universal, 20 de agosto, 1933, Recortés Económicos, PO5018: Copra, Comercio Exterior; “Producción de la copra: dos graves defectos tiene,” Boletín Mensueal de Estadística Agrícola, 9 octubre de 1934, Recortés Económicos, PO5001: Copra, Destrucción; “La importación de la copra es perjudicial,” El Universal, 11 de diciembre de 1937, Recortés Económicos, PO5018: Copra, Comercio Exterior.
[12] Hasta el aumento de DDT y 2-D, 4 a finales de 1940, la mayoría de los agricultores mezclaron sus propios insecticidas arsenicales en casa.
[13] “Defensa Agrícola Controla las Plagas que azotan las plantaciones de Guerrero,” El Nacional, 30 de marzo de 1963; “Seis Millones Para Proteger los Cocotales,” El Nacional, 23 de abril de 1964; “Los Copreros en Acción: Empezó la lucha contra la terrible “Fungosis,” El Nacional, 22 de mayo; “12,000 familias piden ayuda a la CNC para combatir una plaga de los cocoteros,” Excélsior, 7 de febrero de 1967, Recortés Económicos, LO5366, Plagas Agrícolas, Campaña, 1960-1965 and LO5366, Plagas Agrícolas, Campaña, 1966-1971.
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