febrero 13, 2020

Reseñas

Hernán o el nuevo drama de la historia



Apología para la historia o el oficio de historiador[1] reflexiona sobre el quehacer del historiador como el artesano cuestiona su oficio y la creación, considero necesario revisitar los fundamentos de la historia y sus alcances en la difusión y presentación de nuevos rostros sobre viejos temas para la discusión, la enseñanza y hasta la propaganda. Ante los nuevos fundamentalismos, las identidades borrosas, las luchas ancestrales, los flujos migratorios, los desamparos y rupturas sociales, la historia tendría que sobresalir como una herramienta de rescate y cobijo; un eco poético que deslegitime los nuevos dramas de la desinformación y el morbo.

Presento estas líneas con motivo de la serie televisiva Hernán, de la productora mexicana Dopamine. A lo largo de ocho capítulos, la serie aborda el andar que Hernán Cortés y un medio centenar de españoles tuvieron desde el desembarco en Veracruz, en la primavera de 1519, hasta su derrota y expulsión de la ciudad de Tenochtitlan entre el 30 de junio y la noche del 1 de julio de 1520. Se exalta a la audiencia que cada episodio representa una mirada de algún personaje, cercano a Hernán Cortés, y protagonista en los sucesos, para desentrañar «¿cómo pudo un hombre, con unos cuantos cientos de soldados, someter a un imperio de guerreros en la cima de su gloria?». La solución se traza única: «Hernán es la respuesta». De esta reconstrucción se dan las supuestas visiones de Marina, Cristóbal de Olid, Xicotencatl, Bernal Díaz del Castillo, Moctezuma, Pedro de Alvarado, Gonzalo de Sandoval y el mismo Hernán Cortés.

A través de los capítulos, Hernán evidencia el sustento de sus argumentos en algunas fuentes de la época en las que logro distinguir referencias a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, las Cartas de Relación de Hernán Cortés y la Historia general de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún. Es de reconocer que no se pierden momentos para sobresaltar las dudas, sorpresas y demás singularidades nacidas por los contactos entre sociedades distintas. La serie permite recrear el poder de las armas de fuego, la extrañeza por los caballos y perros, el asombro y desconcierto de las ceremonias religiosas nativas, la admiración de las ciudades, las confusiones y ambiciones. Otro aspecto importante a destacar es que Hernán intentó reconstruir de la manera más fiel el universo de la oralidad de la época. No se debe olvidar, como muchas veces que ha señalado, que todos aquellos relatos de hechos se configuraron en el estilo más puro y sensible del habla. Siendo así, ¿por qué atreverse a perfilar a Bernal Díaz como un soldado que guardaba sus memorias de batalla cuando tal faceta es casi totalmente negada por la historia? Aquí incluyo mi primer pesar sobre la serie: la dramatización no puede justificar a la mentira.

Asimismo, se evidencia, de manera indirecta, uno de los ejes fundamentales para entender la victoria española: la suerte de tensión y violencia en la que se mantenían los pueblos tributarios al mexica y que favorecieron las alianzas indígenas en su contra. Sin embargo, el contexto de violencia y disputas se va difuminando y desemboca en lo que, considero, es otro de los principales infortunios de Hernán: la romantización de un drama. Ejemplo de ello, es todo el desarrollo de los vínculos entre Hernán Cortés y Marina, o Pedro de Alvarado y doña Luisa.

Es posible que suene desafortunado e injusto mi anterior balance, pero, para un pasado que le ha sido imposible cicatrizar, los juegos del amor y los celos no pueden ser las líneas que dirijan el rumbo de una nueva historia contada. Para ser más precisos y entender el amplio trasfondo, bastará con entrever el telón de las discusiones que en el ámbito intelectual y académico se han tejido sobre el proceso de encuentro y conquista de los pueblos nativos en México. Durante los siglos xix y xx, el hispanismo y algunas corrientes historiográficas anglo-americanas se dedicaron a fortalecer la visión triunfalista de la historia de España en la que el conquistador se promovía como un héroe de envidiable valor y, como “hombres de su época”, se justificaban al estilo caballeresco en procesos de avanzada por todo el mundo. Posteriormente, voces desde América Latina, encontrando a Pedro Henríquez Ureña, Miguel León-Portilla y muchos más, demostraron que el proceso representó un episodio de masacre y dominación. Hoy en día se deja claro que la ruptura de la dicotomía entre vencedores y vencidos, en reconocimiento de todas las voces, permite síntesis más satisfactorias para los encuentros del pasado y la memoria. No hay mejor ejemplo para concebir la vigencia de dichas discusiones en el presente que la petición del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, hacía el rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco I de que reconozcan y pidan perdón a los pueblos originarios de México por la violencia acaecida desde la espada y la cruz en el proceso de conquista.

No es poca cosa. No somos hijos de la Chingada, de aquella “Madre abierta, violada o burlada por la fuerza”, y no somos “el engendro de la violación, del rapto o de la burla” como nos concibió Paz.[2] Aun así, quedan las deudas históricas como la que nos heredó León Portilla: redescubrir la raíz más honda de nuestros conflictos, grandezas y miserias, nuestro rostro y corazón.[3] Por tales situaciones es que recae un enorme peso en lo ofrecido en la serie Hernán. Esta serie no debe tomarse a la ligera ni permitir que represente un abuso o mentiras de la inteligencia y la verdad histórica. Posicionar los males de la incomunicación, la tragedia de lo no dicho y lo perdido como justificación a una historia de amor y encuentros es limitar los alcances de la historia y sus posibilidades de divulgación.

Es cierto que podríamos considerarnos satisfechos o indiferentes con lo expresado en series como Hernán y no sentirnos obligados a que participen en las discusiones, relecturas y reinterpretaciones sobre los temas fundamentales de la historia de México. Es cierto que las investigaciones sobre la historia constituyen su atractivo en el disfrute de lo que se cuenta y que parte de su goce estético corresponde a la seducción de la imaginación de los hombres y en la fascinación de lo extraño; sin embargo, aprovechando a Bloch, “sería una increíble tontería creer que, por ejercer semejante atractivo sobre la sensibilidad, es menos capaz de satisfacer muestra inteligencia”.[4]

[1] Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador (México: FCE, 2018).

[2] Octavio Paz, “Los hijos de la Malinche” en El laberinto de la soledad y otros ensayos (México: Siglo xxi/FCE, 2008), 59.

[3] Miguel León-Portilla, ed. La visión de los vencidos (México: unam, 2017), xxxiii.

[4] Bloch, 44.