Hablar de feminismo es hablar de los feminismos. Si bien el feminismo es para todas, existen distintas corrientes enfocadas en perspectivas e ideales específicos. La lucha feminista ha variado con el paso del tiempo, pero los feminismos no se borran sino que continúan y configuran el entendimiento que le damos a la sociedad. En el caso del feminismo radical, este surge en una época de inconformidad y de liberación; en un momento donde las mujeres reconocen factores de opresión y comienzan la lucha contra los opresores.
En la época de los años 70, Estados Unidos sufre un auge de movimientos sociales. La idea de la liberación de la mujer comienza a ser un tema frecuente en las discusiones de los diversos grupos de mujeres hasta que llega a consolidarse como la idea central del feminismo de la época. Como tal, no existe un punto de partida específico para el feminismo radical; sin embargo, la publicación del libro The Femenine Mystiquede Betty Friedan es tomado como el inicio de esta corriente feminista, influenciado por ideas marxistas, socialistas, existencialistas y del movimiento africano-americano.[1]
El feminismo radical, en un sentido amplio, es una postura política que cuestiona las estructuras sociales a través del reconocimiento de la dominación masculina hacia la mujer, vista como una clase. Este feminismo estuvo influenciado por una amplia cantidad de grupos y de mujeres. Muchas de estas colectivas feministas, o feministas en particular, popularizaron sus ideas a través de manifiestos, revistas, libros, conferencias, entre otras formas.
Una de las colectivas más relevantes de este feminismo fue Redstockings, fundado por Ellen Willis y Shulamith Firestone, quienes en sumanifiesto definen los ideales de este feminismo:
Después de siglos de lucha política individual y preliminar, las mujeres se están uniendo para alcanzar su liberación final de la supremacía masculina. Redstockings está dedicado a construir esta unidad y ganar nuestra libertad.
Las mujeres son una clase oprimida. Nuestra opresión es total, afectando cada faceta de nuestra vida. Somos explotadas como objetos sexuales, criadoras, sirvientas domésticas y mano de obra barata. Somos consideradas como seres inferiores, cuyo único propósito es mejorar la vida de los hombres. Nuestra humanidad es negada. Nuestra conducta prescrita es impuesta por la amenaza de violencia física.
Debido a que hemos vivido tan íntimamente con nuestros opresores, aisladas unas de otras, se nos ha impedido ver nuestro sufrimiento personal como una condición política. Esto crea la ilusión de que la relación de una mujer con su hombre es una cuestión de interacción entre dos personalidades únicas, y puede resolverse individualmente. En realidad, cada relación de este tipo es una relación de clase, y los conflictos entre hombres y mujeres individuales son conflictos políticos que sólo se pueden resolver colectivamente.
Nosotras identificamos como agentes de nuestra opresión a los hombres. La supremacía masculina es la forma más antigua y más básica de todas las formas de dominación. Todas las otras formas de explotación y opresión (racismo, capitalismo, imperialismo, etc.) son extensiones de la supremacía masculina: los hombres dominan a las mujeres, unos pocos hombres dominan al resto. Todas las estructuras de poder a lo largo de la historia han sido dominadas por los hombres y orientadas por los mismos. Los hombres han controlado todas las instituciones políticas, económicas y culturales y han respaldado este control con fuerza física. Ellos han usado su poder para mantener a las mujeres una posición inferior. Todos los hombres reciben beneficios económicos, sexuales y psicológicos de la supremacía masculina. Todos los hombres han oprimido a las mujeres.[2]
[…]
Texto completo en su idioma original.
De esta manera, la lucha del feminismo radical iba enfocada a reconocer la dominación masculina –vista desde las instituciones que han creado y el uso de la fuerza que utilizan para las mismas– para liberarse de la misma: admitir que la mujer es una clase históricamente oprimida y esto afecta diversos aspectos de su vida; puntualizar que lo personal es político; y buscar la unión de todas las mujeres, como forma de sororidad y de liberación.
Estas mismas ideas son replicadas, en mayor o menor medida, por otras colectivas y feministas. Por un lado, una colectiva que iba más allá de estos ideales, era Cell 16, creada por Roxanne Dunbar, quienes proponían el celibato, el separatismo, el uso de karate y su solución contra la dominación masculina era desacondicionar a las mujeres de todo lo que las mantuviera cautivas por el hombre.[3]En sí, esta colectiva reconocía que el hombre oprimía a todas las mujeres y, por ello, la mujer tenía que alejarse.
Por otro lado, una feminista que era “menos agresiva” con sus ideales ante los hombres era la ya mencionada Betty Friedan, quien en The Femenine Mystiquedesarrollaba la idea del “problema que no tiene nombre”. Este problemahacía referencia al regreso de la mujer a las tareas y cuidado del hogar.[4]Si bien no proponía el separatismo ni reconocía la dominación masculina –al no señalar un culpable específico sino a la misma sociedad y su desarrollo–, sí señalaba que la mujer tenía que desarrollarse en el ámbito educativo y laboral, puesto que mantenerla en el hogar la dañaba personalmente a ella, en su sexualidad y familia, y a la sociedad.
Ahora bien, a la par del movimiento feminista, en los setentas también se desarrolló el movimiento gay y lésbico. El evento que dio inicio fue Stonewall donde hubo una redada de policías en un bar homosexual de Nueva York. Lo que empoderó a los gays y lesbianas fue la importancia del bar Stonewall Inn, al ser un bar donde podían ser libres con su sexualidad, y que las personas asistentes contraatacaron a los policías hasta el punto de hacerlos sentir lo que ellos sentían en la calle: miedo.[5]De ahí, surgen movilizaciones en diversas ciudades y universidades, reconocen la idea de “salir del clóset” como una postura personal y política, y presionan para obtener cambios legales. Si bien, este inicio no obtuvo todo lo que quería, puesto que aún existía una fuerte tendencia homofóbica, fue suficiente para cambiar la heterosexualidad como la norma base.
La unión de estos dos movimientos sociales dio como resultado el feminismo radical lésbico. Aquí cabe señalar que, si bien, los argumentos de las lesbianas encajaban perfectamente con el discurso separatista y en contra de la supremacía masculina, el lesbianismo no fue un tema plenamente aceptado por todas las feministas. Muchas feministas llegaron a señalar que grandes colectivas, como National Organization for Women (NOW)[6], buscaron silenciar y excluir a las lesbianas del movimiento por considerar que pudieran dañarlo o debilitarlos. Incluso, Friedan, una renombrada feminista de esta postura, llegó a llamarlas “amenaza de lavanda”.[7]
Derivado de ello, surge una mezcla muy particular entre el feminismo y el lesbianismo. Por un lado, en el feminismo radical habían dos grupos de feministas heterosexuales: las que estaban en contra de incluir a las lesbianas en el movimiento[8]y las que estaban a favor de incluir a las lesbianas en el movimiento. En este segundo grupo, había mujeres que consideraban que el lesbianismo podía ser político y era parte del feminismo radical –las cuales se llamaban lesbianas políticas–[9], y las que consideraban que el lesbianismo es una “decisión voluntaria”[10]. Por otro lado, en el caso de las lesbianas también habían dos grupos: las que preferían quedarse con el movimiento lésbico y gay, y las que estaban a favor del feminismo y se consideraban feministas[11].
El feminismo radical lésbico abogaba las mismas ideas que el feminismo radical, bajo la única variante de centralizar el papel de la lesbiana en la lucha contra la dominación masculina. Esto debido a que la lesbiana se desligaba de la herramienta más importante para mantener el sistema de opresión de las mujeres: la heterosexualidad.
Uno de los textos más relevantes para hablar del feminismo radical lésbico es el texto “Lesbians in revolt” de The Furies:
En nuestra sociedad, la cual define a todas las personas e instituciones en beneficio del hombre rico y blanco, la lesbiana está en revuelta. En revuelta porque de define a sí misma en términos de mujeres y rechaza las definiciones masculinas de cómo debería sentirse, actuar, mirar y vivir. Ser lesbiana es amarse a sí misma, mujer, en una cultura que degrada y desprecia a las mujeres. La lesbiana rechaza la dominación sexual/política masculina; ella desafía su mundo, su organización social, su ideología y su definición de ella como inferior. El lesbianismo coloca a las mujeres en primer lugar, mientras que la sociedad declara supremo al hombre. El lesbianismo amenaza esa supremacía masculina en su mismo núcleo. Cuando es políticamente consiente y organizada, es fundamental para destruir nuestro sistema sexista, racista, capitalista e imperialista.[12]
[…]
Texto completo en su idioma original.
En el mismo texto, la autora, Bunch de la misma colectiva lesbo-feminista, señala que el lesbianismo es una decisión política, puesto que la lesbiana (mujer-identificada mujer) desafía la limitada visión, en términos sexuales, que el hombre crea de las mujeres y decide cambiar esas relaciones porque ella ama a las mujeres. Esto quiere decir que la lesbiana reconoce el sistema de opresión construido alrededor de la heterosexualidad y decide relacionarse afectivamente con las mujeres. El aspecto primordial de su discurso era puntualizar que las lesbianas tenían que formar su movimiento para luchar contra la supremacía masculina.
Estas ideas –hablar sobre el lesbianismo y la lesbiana– fueron replicadas en diversos textos y colectivas lesbo-feministas como es el caso de Radialesbians en su texto “The Woman-Identified Woman”. En dicho texto, estas feministas cuestionaran qué es una lesbiana y su significado político. A su vez, otras lesbianas feministas, como Adrienne Rich[13], buscaron cambiar el discurso que se tenía alrededor del lesbianismo y crearon diversos términos para explicar la experiencia lésbica.
Con todo lo dicho, el feminismo radical surge en los setentas, pero todavía en la actualidad podemos ver que sus ideas continúan en muchas feministas. Este feminismo, como cualquier otro, representa una forma y un medio de comprender la lucha contra el patriarcado o, en términos de estas feministas, la dominación masculina. Los feminismos no se tratan de consensos impositivos, sino de debates tanto internos como externos, con los cuales se enriquece lo entendemos y hemos entendido de la lucha de las mujeres.
Notas
[1]Carol Anne Douglas, Love and Politics: Radical Feminist and Lesbian Theories, (San Francisco: Ism press, 1990), 24-39.
[2]Redstockings, “Redstockings Manifesto”, 1969, www.redstocking.org/index.php/rs-manifesto
[3]Alice Echols, “Varieties of radical feminism”, Daring to be bad, (United States: University of Minnesota Press, 1989), 158-160.
[4]Betty Friedan, “The Problem that has no name”, The Feminine Mystique, (New York: W.W. Norton & Company, 2001), 44-60.
[5]Walter Frank, “Stonewall”, Law and the gay rights story, (USA: Rutgers University Press, 2014), 32-34.
[6]Véase: “The Politics of Homosexuality” en Alice Echols, “The eruption of difference”, Daring to be bad, 213; Kathleen C. Berkeley, “Women’s Rights Activism”, Speaking out, 228-229.
[7]Alice Echols, “The eruption of difference”, Daring to be bad, 212.
[8]Por ejemplo: Betty Friedan.
[9]Por ejemplo: Kate Millett, Ti-Grace Atkinson, Audre Lorde, Barbara Smith, Jull Johnston, Rita Laporte, Del Martin, Phyllis Lyons, the CLIT women, Marilyn Frye, Cheryl Clarke y Janie Raymond.
[10]Por ejemplo: Robin Morgan y Shulamith Firestone.
[11]Por ejemplo: Charlotte Bunch, Adrienne Rich, Sharon Deevey, Rita Mae Brown, Nancy Myron, Jennifer Woodul, Joan Biren, Helaine Harris, Susan Hathaway, and Ginny Berson.
[12]Charlotte Bunch, “Lesbians in Revolt”, http://www.feminist-reprise.org/docs/lwmbunch.htm
[13]Véase: “Compulsory Heterosexuality” en Feminism Volume II.