Alexis Herrera es candidato a doctor por el Departamento de Estudios de Guerra de King’s College London. Adscrito al Centro de Gran Estrategia de dicha institución, en estos momentos se desempeña como académico visitante en la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas.
En la entrega anterior se presentó un recuento de la trayectoria vital de Sir Michael Howard (1922-2019), el hombre que en la Posguerra asumió la encomienda de darle forma a los estudios de guerra como un nuevo campo de estudios dentro del amplio terreno de la teoría social y el quehacer historiográfico. En esta entrega se buscará considerar el papel de Howard como creador de instituciones, como polemista y como divulgador de obras clave para el pensamiento estratégico. Al hacerlo, se considerarán también los desafíos relacionados con la recepción de su obra en México, especialmente en el marco de los debates en torno al escenario de violencia armada vivida en México a partir de diciembre de 2006.
Polemista, traductor y constructor de instituciones
Gracias a la iniciativa de Sir Michael Howard, en 1958 fue creado el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, hoy reconocido como uno de los centros de política pública más destacados en el estudio de la seguridad internacional. Para entonces, el temprano acercamiento de Howard a la obra de figuras como Edward Meade Earle le había puesto en contacto con el pensamiento de Carl von Clausewitz, el gran pensador militar prusiano al que la teoría estratégica contemporánea debe una parte importante de sus ideas. Cuando Howard regresó a Oxford, a fines de 1968, la posibilidad de realizar una traducción de la obra de Clausewitz ya rondaba su cabeza. Finalmente, gracias a una intensa colaboración con Peter Paret, ese proyecto pudo concretarseen 1976 al amparo de la prensa universitaria de la Universidad de Yale. Desde entonces, los estudios introductorios de Howard y Paret son considerados como referentes clásicos en la materia.
Como es natural, las iniciativas académicas e institucionales de Howard pronto lo llevaron a involucrarse en el debate público del momento histórico en el que desarrolló gran parte de su actividad profesional, especialmente en lo tocante a la disuasión nuclear. Por ello, su presencia en Strand, la sede del Departamento de Estudios de Guerra de King’s College London, muy pronto fue notada en Fleet Street, la sede de los principales diarios británicos de la época. En sus últimos años de vida este interés por los problemas del presente no cambió un ápice: todavía en el otoño de 2016 el gran polemista fue visitado en su residencia campestre de Berkshire por Ian Buruma para discutir sobre el futuro de la Comunidad Atlántica, la significación geopolítica del Brexit y el impacto de la victoria electoral de Donald Trump sobre la « relación especial » construida por Gran Bretaña y Estados Unidos en la Posguerra. El fin del orden mundial anglo-americano le mereció así una última reflexión a uno de los hombres que con mayor lucidez pudo estudiar sus desafío estratégicos durante los años más complejos de la Guerra Fría.
Howard en la conciencia histórica mexicana —en espera de su recepción
Todo parece sugerir que la obra de Sir Michael Howard, integrada por una docena de libros notables e innumerables artículos académicos, aún se encuentra a la espera de su recepción definitiva en México.[1] Empero, la obra de Howard considera una serie de ideas que deberían despertar el interés de los estudiosos mexicanos, especialmente porque su claridad conceptual ofrece una alternativa para cuestionar el modo en el que ha sido estudiada la violencia armada en nuestro país durante los últimos años.
Cuando, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el presidente de los Estados Unidos declaró que su país lanzaría una guerra contra el « terror », Howard fue una de las primeras figuras en señalar que ese modo de hablar resultaba impreciso y, en última instancia, peligroso. Peligroso no sólo al invocar el combate en contra de una abstracción (el terror, en lugar de los terroristas), sino —sobre todo— al anunciar que para hacer frente a esa amenaza se recurriría a un indefinido estado de guerra.
Lo dicho por las autoridades estadounidenses, apuntó entonces Howard, sólo tiene sentido si el término « guerra » es usado para hacer frente a una nociva actividad antisocial ante la que todos los recursos de una sociedad deben ser movilizados.[2] Sin embargo, cuando así ha sucedido en Gran Bretaña, añadió Howard, el término elegido no ha sido el de guerra, sino el de « emergencia ».
Esto significó que la policía y los servicios de inteligencia recibieron poderes excepcionales y fueron reforzados cuando era necesario por las fuerzas armadas, pero todo continuó operando dentro de un marco de autoridad civil en tiempos de paz. Si había que usar la fuerza, era a un nivel mínimo y, en la medida de lo posible, no interrumpía el tenor normal de la vida civil. El objetivo era aislar a los terroristas del resto de la comunidad y aislarlos de fuentes externas de suministro. No eran dignificados con la condición de beligerantes: eran delincuentes, debían ser considerados como tales por el público en general y tratados como tales por las autoridades.[3]
No es difícil entender porqué estas reflexiones resultan oportunas al considerar el debate de seguridad mexicano en los últimos lustros. Al momento de escribirse estas líneas los debates en torno al comportamiento de las organizaciones criminales mexicanas son motivo de un amplio interés tanto en México, donde priva una vía de interpretación jurídica, como en Estados Unidos, donde priva una vía de interpretación político-estratégica. Una posición nacional con respecto a ambas cuestiones resulta inaplazable.
En cualquier caso, lo cierto es que la pretensión de caracterizar a esas organizaciones como beligerantes armados o como una « insurgencia criminal » no sólo ignora la naturaleza de sus propósitos inmediatos, también ignora las circunstancias históricas que explican su ascenso dentro del paisaje social mexicano. Precisamente por ello las reflexiones de Howard son particularmente pertinentes: nombrar con rigor la realidad es el primer paso para hacer frente a los desafíos de cada momento histórico. En este marco, resulta significativo que la expresión « emergencia nacional » forme parte del vocabulario que los activistas mexicanos han usado desde hace tiempo para definir el escenario de violencia vivido en el país a partir de diciembre de 2006.
Por lo demás, en un país en el que, como sucede en el caso de México, las autoridades nacionales son responsables de haber recurrido al instrumento militar para articular la política de seguridad nacional al más alto nivel estratégico, el llamado de atención de Howard con respecto a los usos y abusos del lenguaje resulta hoy más pertinente que nunca. Después de todo, la expresión « guerra contra las drogas » da cuenta de una metáfora muerta que en última instancia ha pervertido el discurso público, borrando las fronteras entre el orden penal y el ejercicio de la fuerza armada. Empero, para nombrar la realidad de la violencia en México son necesarias categorías más sólidas y rigurosas. Dicho de otro modo, si se quiere hablar de « guerra » en nuestro país entonces conviene cobrar conciencia de lo que esto implica en términos históricos, estratégicos y conceptuales.
Finalmente, no es improbable que Howard le hubiese recomendado a los estudiosos mexicanos comenzar por el principio: aproximarse al pensamiento de Carl von Clausewitz para así reflexionar en torno a la utilidad de la fuerza en tanto que instrumento al servicio de propósitos políticos. También en esto la política de seguridad mexicana puede y debe ser cuestionada: otros lo han hecho ya desde hace tiempo en los Estados Unidos al señalar que el uso del término « guerra » para referirse a la política antinarcóticos de dicho país es un despropósito cargado de peligros —y lo es, fundamentalmente, porque el instrumento militar se revela como una herramienta inadecuada para hacer frente a un fenómeno de mercado que no depende de la voluntad de un enemigo con propósitos políticos discernibles.
En cualquier caso, la obra de Howard se presenta ante nosotros como un punto de partida para emprender una tarea que en México resulta impostergable: pensar la guerra —como lo hubiera querido Raymond Aron— para así construir un vocabulario conceptual propio que nos permita entender de mejor modo los desafíos relacionados con la lógica de violencia que forma parte de la historia del tiempo presente en México.
* El 24 de febrero Beatrice Heuser encabezó una mesa redonda para realizar un recuento del legado de Sir Michael Howard. Los resultados de esas reflexiones se encuentran a disposición de los lectores en este enlace.
[1] Entre las obras más destacadas de Howard se encuentran The Franco-Prussian War: The German Invasion of France, 1870-1871 (1961), Studies in War and Peace (1970), War in European History (1976), Soldiers and Governments: Nine Studies in Civil Military Relations (1978), War and the Liberal Conscience (1978), The Lessons of History (1989), The Invention of Peace (2000). The RUSI Journal y Foreign Affairs han publicado recientemente el recuento de los ensayos de Howard publicados en ambas revistas.
[2] Howard, Michael, “Mistake to declare this a ‘War'”, The RUSI Journal, vol. 146, no. 1 (2001), pp. 1-4. Una ampliación de los argumentos de este artículo fue publicada posteriormente como “What’s in a Name? How to Fight Terrorism”, Foreign Affairs, vol. 18, no.1 (2002), pp. 8-13
[3] Ibid. Howard, p. 1. Nuestro énfasis.