El avance en la tecnología reproductiva abrió una nueva grieta en los movimientos feministas y produjo una alternativa para aquellas personas que desean ser padres y que, por razones biológicas, no pueden serlo por sí mismos: la maternidad subrogada. Este término se define como: “convertirse en padres y madres a través de una tercera persona” (Álvarez et al, 2017: 7), práctica que se ha expandido por el mundo y es cada vez más común (Álvarez et. al., 2017:8).
Por un lado, algunas feministas están en su contra, ya que ven las desventajas de salud, psicológicas y sociales que puede traer; además de que, para el feminismo radical, la maternidad en sí es una forma de perpetuar la opresión a la mujer. Por otro lado, el feminismo liberal aboga por el derecho a la autodeterminación de la mujer y a su libertad de elección, la cual puede estar mejor protegida si se cuenta con la legalización de la práctica.
¿Se debe permitir la práctica de la maternidad subrogada, o es otra forma de continuar con la opresión hacia la mujer? Una respuesta es que, no regulada, la maternidad subrogada sí perpetúa la opresión a la mujer, por lo que se debe legalizar y controlar (es decir, a favor de la postura liberal).
La maternidad en el feminismo radical y en el feminismo liberal
La maternidad es un tema polémico en el feminismo desde hace mucho tiempo. El debate en torno a la maternidad ha evolucionado dependiendo del clima político y de las nuevas corrientes feministas que van surgiendo. ¿Es la maternidad una definición de la feminidad? ¿Tener hijos hace a las mujeres cómplices del patriarcado? ¿Se puede separar la vida privada de la vida pública o se encuentran intrínsicamente ligadas?
La hipótesis principal del feminismo radical es que el patriarcado es lo que mantiene la dominación del hombre sobre la mujer (Willis, 1984: 117). Este se basa en relaciones de poder en las que se otorgan beneficios únicamente al hombre, en donde la dominación viene desde la esfera privada, por lo que la lucha no debe quedarse en buscar los mismos derechos en el ámbito público, sino que deben extenderse a lo social y a lo privado (Perona, 1994), ya que la dominación ocurre desde cuestiones reproductivas y sexuales. Por lo tanto, no basta con que hombres y mujeres cuenten con los mismos derechos legalmente: la simple dinámica de ser madres las aparta de las oportunidades de activismo político que podrían tener en caso de no serlo. La estructura de la maternidad en sí es el problema: no se arregla con independencia económica y la solución es cambiar la estructura social y familiar (de Miguel, s.a).
Carol Hanisch, quien participó en los movimientos feministas radicales, sostenía que las relaciones domésticas son relaciones de poder; por lo tanto, tienen un carácter político (Hanisch, 2006). Las relaciones de poder en el hogar continúan generando jerarquías y postergando las desigualdades de género (Caudillo, 2010: 9-10). Incluso Simone de Beauvoir reconocía que, para poder ser libres, las mujeres debían renunciar a la maternidad (de Beauvoir, 1953: 725).
Por otro lado, el feminismo liberal se basa en la idea de que la mujer sufre de discriminación (más que hablar de una opresión), y, por lo tanto, lucha porque las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres en el ámbito público. El problema principal que definen las liberales es su exclusión en lo público y lo político (Webb y Mantilla, 2006: 17-18). Para las liberales, el ámbito privado puede separase: la subyugación no viene por las relaciones personales de la mujer.
Las mujeres no deben querer separarse de esta parte de sus vidas forzosamente, sino que los hombres deben involucrarse más como padres en la crianza de los hijos. Asimismo, el feminismo liberal se enfoca en los derechos que las mujeres deben tener para poder acceder al mercado laboral en condiciones mucho más similares a las de los hombres. El feminismo posmoderno y posestructuralista rechazan la idea de que ser “madre” implique ser “la otra” o el segundo sexo, como decía de Beauvoir; la maternidad tampoco implica la subordinación. No se debe rechazar la maternidad para eliminar las estructuras de poder, sino superar las estructuras de poder para permitir la maternidad; es decir, facilitarla con los derechos y accesos ya mencionados (Neyer y Bernardi, 2011: 165).
¿Qué es la subrogación?
El término “gestación subrogada” fue utilizado por primera vez en el Reino Unido en 1985 y se refiere a que una mujer gesta a un bebé con el propósito de entregárselo a otra persona. Como una solución a la infertilidad, es fructífera; no obstante, su uso ha sido criticado por cuestiones tanto de salud como morales, por ejemplo, cuando algunos embriones no son utilizados (Álvarez, et. al, 2016: 318). En algunos países, la práctica es ilegal; otros, tratan de regular lo que es permisible, y otros tantos la tratan como un intercambio privado (Cook, 2003: 1-5). Las posturas internacionales, en general, se han dividido en si la subrogación es una solución a un problema o es un problema en sí (Cook, 2003: 6).
Postura del feminismo radical:
El feminismo radical está en contra de la maternidad subrogada, aun si es la voluntad de la mujer prestar estos servicios. De acuerdo con su manifiesto, “Las mujeres no se pueden alquilar o comprar de manera total o parcial”, postura que es parte del movimiento “No somos vasijas”; el deseo de terceros de ser padres no implica un derecho de serlo. La mayor objeción de este movimiento es que, aunque la mujer acceda a alquilar su cuerpo, en un futuro esto le impide tener elección sobre el vástago, ya que incumpliría con el contrato.
Asimismo, el manifiesto declara que la maternidad subrogada es una forma de perpetuar el control sexual hacia las mujeres y degradar el derecho a la integridad de su cuerpo. También se considera el peligro de que mujeres de escasos recursos puedan ser explotadas, como puede leerse en el ya mencionado manifiesto No somos vasijas(disponible en: http://nosomosvasijas.eu/?page_id=1153,consultado el 8 de marzo de 2019).Otro movimiento en contra ha sido el FINRRAGE (Feminist International Network of Resistance to Reproductive and Genetic Engineering), que busca acabar con estas prácticas.
La maternidad subrogada no sólo tiene que ver con el tema de maternidad sino con el hecho de que, regularmente, la clienta tiene una posición y recursos económicos mucho mayores que aquella mujer que presta su vientre, por lo que la dominación no sólo es de género sino de clase. Algunas feministas incluso lo comparan con la prostitución: recibir dinero a cambio de usar su cuerpo. Por lo tanto, esto no sólo refuerza la opresión por el sistema patriarcal, sino la explotación racial y económica de una mujer pobre (Neyer y Bernardi, 2011: 168).
El otro argumento es que dicha práctica, ya legalizada, no permite ningún poder de decisión a las prestadoras de servicios: mediante un contrato, otorgan el control de su cuerpo. Asimismo, esta práctica puede poner nuevas presiones a las mujeres infértiles para reproducirse y que se desvíe la atención de la salud de las mujeres y a resolver problemas de su infertilidad para enfocarse en estas técnicas. Lidia Falcón, española declarada feminista radical, expone que no se puede disponer del cuerpo de una mujer, ya que es un drama para las mujeres pobres y las mujeres no son conejillos para hacer experimentos: es una forma de esclavizarlas (Religión en Libertad, 2019). Otro argumento en contra que presenta se concentra en los riesgos físicos hacia la mujer gestante.Feministas como Julie Bindel también se han proclamado abiertamente en contra de la subrogación. Bindel visitó la India, “un paraíso para las parejas occidentales”, ya que el costo de la subrogación es mucho menor que otros países. Sin embargo, lo recibido directamente por las mujeres es muy poco. Bindel opina que “deben estar desesperadas para gestar a un niño por dinero” (Bindel, 2016). Sus hallazgos la consternaron: en primer lugar, la pareja paga poco a poco para mantener control sobre la gestante: a veces las obliga algún hombre a hacerlo, a veces se les obliga a abortar si más de un embrión es exitoso, y se les protegía de la violencia de sus esposos sólo durante el embarazo, para luego abandonarlas.
En conclusión, la maternidad subrogada, desde la perspectiva radical, no ha liberado mujeres ni reducido el poder de la sociedad sobre ellas: es una nueva forma de dominación de género, de clase y económica, ya que se asume que las mujeres deben querer ser madres, se explota a la gestante y se aprovecha de su necesidad económica para hacer uso de su cuerpo. Por lo tanto, para las radicales la subrogación perpetúa el patriarcado, el capitalismo, el colonialismo y debe erradicarse.
El derecho a la maternidad: Postura liberal
Los derechos reproductivos, la libertad reproductiva y la autodeterminación del propio cuerpo son las directrices de la postura liberal en la reproducción asistida. Que la mujer pueda tomar decisiones sobre su propio cuerpo no sólo es una muestra de libertad personal, sino una condición para superar la discriminación a la que se enfrentan las mujeres. Asimismo, las liberales sostienen que la reproducción asistida da oportunidad de superar restricciones biológicas, y que estas mujeres se convierten en madres con la total libertad y voluntad; es decir, quieren serlo (Firestone, 1970: 200-202) y controlan cuántos hijos y cuándo los quieren. Esto, por el lado de la compradora; por el lado de la proveedora, ella controla lo que quiere hacer con su cuerpo, que es de su propiedad. Por lo tanto, el concepto de la elección, que es clave en el pensamiento feminista liberal, lo ve como una libertad de elegir.
Asimismo, el que una mujer ayude a otra se ve como muestra de sororidad. Las feministas que apoyan la permisión de la maternidad subrogada arguyen que el Estado no puede controlar lo que hacen con su cuerpo. No obstante, reconocen que este servicio debe estar vigilado para asegurar la libertad de esas mujeres; por ejemplo, deben de contar con todos los servicios médicos. De igual manera, los contratantes deben demostrar que es el último recurso con el que cuentan para tener hijos (García de Blas, 2019).
Conclusiones
La maternidad subrogada debe ser legalizada para permitir un control en la práctica y que no se vulneren los derechos de las mujeres cuando esta se lleve a cabo. Ambas posturas buscan el mismo propósito: el fin del patriarcado (Graham, 1994: 168). El argumento radical de que la maternidad, por la naturaleza de la opresión (sexual y biológica), perpetúa el sistema patriarcal, puede ser socavado por el argumento liberal de que, en realidad, no es la maternidad en sí lo que merma el desarrollo personal y profesional de las mujeres, sino cómo se concibe a las madres en la sociedad.
En segundo lugar, la maternidad subrogada, como proclaman las radicales, sí puede dar pie a la explotación, pero una solución a ello es legalizar la práctica, no prohibirla. Si se prohíbe, la práctica no se erradicará, sino que permanecerá en la clandestinidad y se provocará que sea aún más riesgosa para la salud de las mujeres.
En tercer lugar, si bien es altamente probable que los compradores sean ricos y blancos y las proveedoras se encuentren en situación precaria, la decisión de usar el cuerpo para llevar el embarazo del hijo de alguien más es exclusivamente de la mujer. Si la práctica se legaliza no sólo se le dará apoyo a la garante a lo largo del proceso: también se puede incluir un apoyo psicológico previo y posterior.
En suma, respondiendo a la pregunta de si la práctica de maternidad subrogada debe permitirse, respondo que sí, pero bajo condiciones de legalidad y salud tanto médica como psicológica. Si bien ambas posturas tienen argumentos sólidos, el feminismo radical es muy pesimista en el desarrollo que las mujeres pueden tener como madres, el cual, en diversos casos, no ha sido poco. Asimismo, como expliqué anteriormente, la libertad de decidir ser madre y la libertad de decidir usar el cuerpo como un medio de producción (es decir, que se pague por llevar el embarazo) es un paso a la autonomía del cuerpo de la mujer, a su elección. Así como no se puede obligar a las mujeres a ser madres, tampoco se nos debe obligar a no serlo.
Bibliografía
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