septiembre 10, 2019

Noticias y avisos, Perspectivas

1521: ‘Inicios de la globalización’



‘La historia’, propuso Hugh Trevor-Roper en un famoso discurso publicado bajo el título de ‘Imaginación e historia’, ‘es lo que pasó en el contexto de lo que pudo haber pasado’. Como no podemos adivinar el futuro, usamos nuestra imaginación, templada por la evidencia que tenemos, para generar un abanico de alternativas viables y proyectar al futuro las consecuencias de nuestras decisiones. Por lo tanto, para entender por qué ciertos individuos tomaron ciertas decisiones en el pasado, los historiadores debemos reconstruir futuros que nunca ocurrieron pero que nuestros sujetos consideraron posibles. Debemos descubrir la información, siempre imperfecta e incompleta, con la que contaban, las alternativas que añoraban o desdeñaban y que los llenaban de esperanza, preocupación o miedo. Después debemos considerar cómo sus acciones interactuaron con lo inesperado, lo contingente y la fortuna, para definir lo que verdaderamente ocurrió.

Retrato de un hombre atribuido ser Cristóbal Colón (póstumo), 1519. Dominio público.

Imaginémonos, entonces, que el mundo que se concebía Cristóbal Colón al zarpar del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492 – en el que la esfera terráquea, era 20 % más chica de lo que comúnmente se calculaba y en el que las costas de Japón coincidían con las de las islas del Caribe – fuese el mundo en el que verdaderamente vivía. Concedámosle hasta el afán que sostuvo tercamente hasta su muerte en 1506 de que, aunque el mundo no era tan chico cómo había alguna vez supuesto, los archipiélagos que había encontrado eran Islas de en el ‘Mar Océano’ como Madeira, las Azores y, sobre todo, Las Canarias que actuarían como bases para lograr acceso a la tierra firme asiática. En ese caso su aspiración de encontrar un acceso de Europa a los grandes centros de población y riqueza asiática, por vía marítima que facilitaría el transporte de bienes y gente mientras evitaba intermediarios hostiles con quienes tener que negociar el paso, se hubieran cumplido.

Podemos también imaginarnos cómo, en el mediano plazo, este logro hubiera sido desastroso para la prosperidad de las sociedades europeas. Como se ha notado, a finales del siglo quince Europa seguía siendo el ‘promontorio pobre de Eurasia’. Tenía poco que ofrecerles a las sociedades asiáticas y mucho que pedirles, causando un déficit comercial cuyos efectos se mitigaban solo por los obstáculos prácticos que existían al comercio que Colón y otros habían buscado solventar. Por eso los europeos estaban tan interesados en ir a Asia, pero no viceversa. Con una ruta marítima occidental, como la que esperaba forjar Colón, y hasta con los esfuerzos contemporáneos de exploradores portugueses por llegar a Asia rodeando África, Europa hubiera simplemente acelerado el agotamiento de sus reservas de metales preciosos, y empobrecido más rápidamente a sus sociedades. Bajo estos escenarios es difícil imaginarse como pudo haber surgido una de las grandes contracorrientes de la historia humana: que ciertas sociedades europeas hayan logrado la preponderancia global de la que han gozado en los últimos siglos, en contra de las tendencias predominantes de la historia que han favorecido a China o el subcontinente Indico como los centros de mayor población, prosperidad, sofisticación cultural y tecnológica del mundo.

Hernán Cortés, retrato, Museo del Prado. Dominio público.

Desde una perspectiva global, lo que cambió las posibilidades europeas fue su inesperado acceso a las riquezas humanas, ecológicas, minerales y materiales que poseían la tierra firme del hemisferio americano. Esto lo lograron porque diversos agentes de la dinastía de los Habsburgo – tanto europeos como amerindios – establecieron un imperio sin precedente en la historia del mundo. Los imperios ‘territoriales’ (aquellos que buscaban dominar un territorio para aprovechar los recursos humanos y materiales que contenía) solían ser contiguos a la metrópolis no solo por la facilidad de acceso que esto le daba al poder imperial, sino también porque ahí encontrarían sociedades con costumbres afines que explotaban ecosistemas parecidos para producir recursos familiares y por lo tanto deseables. Los imperios de ‘ultramar’ que había producido Europa solían tener fines primordialmente comerciales y se caracterizaban por la creación de pequeños emporios centrados en asentamientos litorales.  Desde esta perspectiva, el parteaguas en las grandes corrientes de la historia global empezó en 1519, cuando la expedición lidereada por Hernán Cortés inició un proceso que, por más improbable haya parecido al inicio, establecería la hegemonía de la corona de Castilla sobre Mesoamérica – la región más rica, ecológicamente diversa, y densamente poblada del hemisferio americano. Las exageraciones de los conquistadores españoles al describir sus éxitos en Mesoamérica también crearon un nuevo mito de lo que podían lograr pequeños grupos de europeos en el ‘nuevo mundo’. Su aparente ejemplo impulsó a cientos de expediciones en los próximos siglos y, aunque la mayoría de ellas fracasarían´, algunas triunfarían espectacularmente, cómo fue el caso de Pizarro en la franja andina dominada por los Incas, la segunda gran región de riqueza y población del hemisferio. La diferencia con la expansión europea que le había precedido no fue solo de escala sino de orden.

Los precedentes inmediatos a 1519 habían seguido antiguos patrones: Los Portugueses habían fomentado una red más bien comercial que de dominio territorial en Madeira, las Azores, varios puntos estratégicos del litoral africano y el mar Indico. Mientras que la expansión Castellana a las Islas Canarias y regiones caribeñas producía asentamientos agrícolas que dominaban a poblaciones autóctonas pequeñas que, inicialmente, solapaba las ambiciones de movilidad social de ciertos aventureros y beneficiaba a sus patronos en la corte real y a los comerciantes, principalmente genoveses, que financiaban sus actividades. Estas empresas se parecían más entre sí que la que resultó a partir de 1519.

Codex Florentino, siglo XVI. Dominio público.

Por otro lado, hasta 1519, los habitantes de Mesoamérica vivían aislados. Desiertos al norte, densas junglas al sur y océanos al oriente y poniente circunscribían sus contactos directos con otros grupos humanos. En su aislamiento, sin embargo, habían aprovechado la enorme variedad ecológica del territorio que ocupaban para desarrollar la agricultura de manera autóctona y sustentable – una de solo seis regiones donde esto ha ocurrido en el mundo. Por aproximadamente 9,500 años estas distintivas condiciones generaron civilizaciones que florecieron con características particulares y divergentes a las de otros centros de población humana asentada. El año de 1519 marcó el punto de inflexión en esta larga trayectoria. La llegada de grupos europeos a partir de ese año provocó una guerra exitosa contra el dominio Mexica sobre las partes más ricas de la región, que forzó el paulatino, pero creciente y constante, ritmo de interacción entre las culturas mesoamericanas y las de otras poblaciones humanas.

Enfermedad, Codigo Florentino, siglo XVI. Dominio público.

Podemos imaginarnos, sin embargo, que Mesoamérica hubiera perdido aquella insularidad que la protegía y retardaba y hubiera participado, de alguna manera, en la naciente globalización aunque hubiera fracasado la expedición de Cortés. Quizás esto hubiera ocurrido de manera análoga al de ciertos estados del África subsahariana que resistieron las incursiones militares de los portugueses, pero no las oportunidades comerciales que estos ofrecían. Por ejemplo, para adquirir tecnologías y productos europeos deseables, las élites mesoamericanas hubieran tenido que explotar los recursos minerales, y quizás hasta humanos, a su alcance, de una manera parecida a la ocurrida en la realidad. Quizás hasta hubiera sido un proceso de interacción más violento si, como en otras partes del mundo, diversas potencias europeas hubieran competido por ganar acceso a esos recursos mesoamericanos, exacerbando el belicismo y faccionalismo de la región directamente o a través de sus aliados locales, como ocurriría notablemente en la India y en otras partes del mundo. El ‘intercambio colombiano’ de productos agrícolas también se hubiera dado, y desde luego las devastadoras epidemias que resultaron del intercambio de microbiota ocasionado por la llegada europea a Mesoamérica hubiera seguido un curso parecido, con la consecuente debacle demográfica que significó. También la conversión religiosa y adaptación de ciertos patrones culturales europeos por sectores de las poblaciones mesoamericanas hubiera procedido, aunque quizás con mayor pluralidad y más paulatinamente, cómo ocurrió en Japón antes de su persecución.

Pero estas son supuestos a grandes rasgos. El hecho es que Cortés no fue derrotado y las consecuencias de la manera especifica en la que Mesoamérica participó en ese proceso de convergencia de sociedades humanas tuvo un efecto fundamental tanto para el desarrollo de poblaciones mesoamericanas, como para el curso que siguió el proceso globalización.  A los 500 años del punto de inflexión de esta primera globalización se nos presenta la oportunidad de revisar y añadir a las perspectivas y los problemas que hemos adquirido sobre un proceso que sigue enmarcando la historia de México en el mundo y del mundo.

En consecuencia, el CIDE auspiciará una serie de coloquios que buscarán entender los efectos del proceso que se inició en 1519 desde una perspectiva global. A través de ponencias, discusiones con el público participante y eventualmente publicaciones, los expertos nacionales e internacionales que hemos reunido, buscarán explorar una amplia gama de temas. Estas incluyen, explorar las tradiciones de autoridad política e imperiales que predominaban en diversas regiones del mundo en 1519, para después centrar en Mesoamérica discusiones sobre el papel de los imperios como organizaciones de dominio, pero también como espacios de intercambios culturales. Resaltaremos las tradiciones ideológicas, filosóficas, jurídicas y económicas que resultaron de la primera globalización que estas tradiciones imperiales gestaron y la influencia que siguen ejerciendo hasta nuestros días. Replantearemos el encuentro entre las culturas mesoamericanas y las del resto del mundo como un proceso de larga duración: lleno de continuidades y no solo de rupturas, en el que Mesoamérica recibió influencias externas, pero también extendió sus aportaciones culturales y su población por el mundo. Un proceso en el que sus poblaciones nativas no fueron solo víctimas de una ‘conquista’ sufrida de 1519-1521, sino también participes, con iniciativa propia, de un proceso de interacciones humanas, violentas y pacíficas, cada vez más intensas y con alcance global, que llevan 500 años gestándose.

Estos coloquios, iniciarán el 24 y 25 de octubre. Pueden acompañarnos en persona o seguirnos en diversos medios por los que serán difundidos. Ojalá que nos puedan acompañar.